Había una vez un artista que se veía todos los días en el espejo, y siempre se preguntaba:
—¿Cómo puedo pintar a una mujer con expresión de verdadera felicidad?
Entonces un día vio a una mujer que era perfecta para su obra artística. Empezó a hacer mucho ruido con mucha repetición; estaba empezando a ponerse histérico porque no le hacía caso... Finalmente, la mujer miró y el artista le preguntó:
—¿Puedes ser mi huésped en mi casa para hacerte un retrato?
Varios días después, la mujer empezaba a cansarse de estar en la casa del artista, porque eso hacía que estuviera alejada de su vida social. Entonces la mujer le dijo:
—Quiero irme porque echo de menos mi vida y mi trabajo de profesora de lengua, con los exámenes que pongo teórico-prácticos.
Y el artista contestó:
—¡Pero si estoy a punto de terminar mi cuadro, con el manantial que está detrás de ti!
—Lo siento pero me voy—, sentenció ella.
—¡No! Si te vas me meteré en bares de bebidas alcohólicas...
La mujer se fue y el artista destruyó el cuadro, que era casi, casi la personificación de la verdadera felicidad. Luego se enrolló una soga al cuello y... Fin.
(Jesús Maza Muñoz, 3ºESO)
Un cuento inquietante y perturbador... Muy buena ficción. Se te da bien la narrativa, Jesús, sigue inventando historias...
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