Violeta está en el mercado. Se pasea por los puestos de alimentos eligiendo los mejores productos, pero no los mas caros para la comida del día.
En casa los cocina con esmero, pues a su compañero le gustan las comidas como las de antes. Limpia la casa, arregla la ropa y la coloca en su sitio, porque así se encuentran rápido las prendas.
Su compañero sale del trabajo y, muy a menudo, se encuentra a algún conocido y se van al bar a tomar unas tapas. Luego va a casa, la mesa está puesta, se lava las manos, comienza a comer, pero replica:
—Esto está asqueroso, no sabes cocinar, a ver cuándo preparas algo en condiciones.
¡Claro! Como ya no tiene hambre, le desprecia la comida.
Luego se quiere cambiar de ropa pero sin molestarse en buscar las prendas planchadas y colgadas, y replica:
—¿Donde está mi ropa? ¡No la encuentro! ¡No sirves para nada! ¡No sé qué haces todo el día aquí!
Violeta está triste, nunca recibe un beso, su compañero no la acompaña a pasear y nunca se acuerda de su cumpleaños. Le gustaría que le dijera algún día: qué buena está la comida, gracias por lavarme la ropa, hoy te invito a cenar, ¿cómo te encuentras hoy?…
O simplemente…
Te quiero.
(Alejandro González Meléndez)
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